Por su interés, reproducimos aquí una carta que nos ha hecho llegar un amigo al hilo de un artículo reciente publicado en el periódico de internet “El Debate”.

En defensa de Benedicto XVI. Carta abierta a Ricardo Franco.

Estimados amigos de Una Voce:

Les remito esta carta abierta, con el ruego de su publicación, a raíz de un artículo publicado por Ricardo Franco en “El Debate” sobre la Misa tradicional, ya que respondí a dicho artículo en el propio medio, y mi respuesta fue borrada, impidiendo, precisamente, cualquier tipo de debate al respecto.

El artículo en cuestión se titulaBenedicto XVI y el fracasado indulto a los nostálgicos de la misa tradicionalista”, y puede leerse en este enlace: https://www.eldebate.com/religion/iglesia/20220710/benedicto-xvi-indulto-nostalgicos-misa-tradicionalista-no-salio-bien.html

Para empezar, ya de por sí llama la atención poderosamente que el autor califique de «tradicionalista» a una forma litúrgica legítima de la Iglesia romana, y vigente desde los tiempos de los Apóstoles hasta nuestros días, como si de un partido político se tratase. Pero nos pone en situación de la postura que el autor toma en el desarrollo del texto, y que quiero pasar a hacer notar a continuación.

Respecto al motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI, el autor atribuye al Papa unas intenciones contrarias a las manifestadas por el propio Pontífice, y que son claras y manifiestas en numerosos textos del mismo, antes de ser Papa en todos sus escritos sobre liturgia, y después de la publicación de Summorum Pontificum.

Los ejemplos son innumerables. Por ejemplo, siendo aún cardenal, Ratzinger diría: “El problema del nuevo Misal radica en su abandono de un proceso histórico que siempre fue continuo, antes y después de San Pío V, y en la creación de un libro completamente nuevo, aunque fue compilado de material antiguo, cuya publicación fue acompañada por una prohibición de todo lo que vino antes, lo cual, además, es inaudito en la historia tanto del derecho como de la liturgia. Y puedo decir con certeza, basándome en mi conocimiento de los debates conciliares y en mi lectura repetida de los discursos pronunciados por los Padres conciliares, que esto no corresponde a las intenciones del Concilio Vaticano II«. (Carta al prof. Waldstein). No llenaremos de citas este texto, que pueden encontrarse con facilidad. Pero si uno quiere servir a la verdad, y no a un afán partidista y lleno de prejuicios, no se puede mentir descaradamente, afirmando que la intención de Benedicto era “contentar a los seguidores de Mons. Lefebvre”. El propio Benedicto XVI ya explicó el porqué de su publicación, en coherencia con su pensamiento manifestado desde hacía años. Así, en la carta de presentación del motu proprio, Benedicto XVI escribió:

“Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el justo puesto”.

Y mucho más esclarecedora la Instrucción Universae Ecclesiae, para el desarrollo y la aplicación del motu proprio, donde se lee, entre otras cosas:

“La aprobación de los libros litúrgicos, reafirma el principio tradicional, reconocido desde tiempo inmemorial, y que se ha de conservar en el porvenir, según el cual «cada Iglesia particular debe concordar con la Iglesia universal, no solo en cuanto a la doctrina de la fe y a los signos sacramentales, sino también respecto a los usos universalmente aceptados de la ininterrumpida tradición apostólica, que deben observarse no solo para evitar errores, sino también para transmitir la integridad de la fe, para que la ley de la oración de la Iglesia corresponda a su ley de fe»”, o “El Santo Padre ha hecho memoria, además, de los Romanos Pontífices que, de modo particular, se han comprometido en esta tarea, especialmente de san Gregorio Magno y san Pío V” (nótese la elección de ambos pontífices, por su centralidad en el desarrollo litúrgico del Misal Romano, y por el que Ricardo Franco tanto desprecio manifiesta). En esa misma instrucción, el Papa emérito daba una libertad amplísima a la celebración de la Misa tradicional, para todo el clero de la Iglesia Romana, y no para los fieles de la Hermandad de San Pío X, lo que contradice claramente la intencionalidad espuria que ahora quieren atribuirle.

Otra interpretación del porqué del documento pontificio la refleja uno de los comentaristas del propio artículo, remarcando que el cardenal Antonio Cañizares, siendo Prefecto de la Congregación del Culto Divino y privilegiado conocedor del pensamiento y de las intenciones del Papa Benedicto en Summorum Pontificum, escribía: “La voluntad del Papa no ha sido únicamente satisfacer a los seguidores de Mons. Lefebvre, ni limitarse a responder a los justos deseos de los fieles que se siente ligados, por diversos motivos, a la herencia litúrgica representada por el rito romano, sino también y de manera especial, abrir la riqueza litúrgica de la Iglesia a todos los fieles, haciendo posible así el descubrimiento de los tesoros del patrimonio litúrgico de la Iglesia a quienes aún lo ignoran” (prólogo al libro de Nicola Bux, La reforma de Benedicto XVI, Madrid: Ciudadela, 2009, p. 13)

Pero es que el propio Benedicto XVI también desmintió esas acusaciones a posteriori. En el libro entrevista de Peter Seewald, el autor le plantea si Summorum Pontificum fue publicado para contentar a la Hermandad de San Pío X, y el Papa respondió con vehemencia: “¡Eso es absolutamente falso! Me parecía importante el hecho de que la Iglesia es una consigo misma interiormente, con su propio pasado; que lo que antes fue sagrado para ella no es hoy algo equivocado”.

Y ahí, precisamente, es donde estriba toda la problemática de este asunto.

El señor Franco Greño se empeña en condenar toda la historia de la Iglesia antes de 1970 en bloque, pues no de otro modo puede entenderse el desprecio a una liturgia que ha enriquecido a la Iglesia romana durante siglos, y que tantos santos ha dado a la misma. Llegando a afirmar que los fieles «ya no comprendían el latín», sentencia en la que se ignora, por cierto, que la Editio Typica del nuevo Misal es en latín también, y, sobre todo, que la lengua no es el problema.

La clave está en la frase que Universae Ecclessiae remarcaba en su introducción. Es decir, está en «los usos universalmente aceptados de la ininterrumpida tradición apostólica, que deben observarse no solo para evitar errores, sino también para transmitir la integridad de la fe«. Y por eso, Benedicto XVI ha insistido tanto en que lo «Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande».

La clave, como digo, es si se cree que la Iglesia y su doctrina es la misma hoy que hace cincuenta, cien, doscientos, quinientos o mil años. O si por el contrario se cree que hay una Iglesia nueva surgida en los años setenta del siglo XX, y distinta de la anterior, a la que se condena y desprecia. Así, el autor califica las formas litúrgicas milenarias de la Iglesia romana con frases del siguiente tenor: “la misa solitaria», o «el ciclo interminable de devociones de santos ¡sin relación alguna con la centralidad de Jesucristo!» Este desprecio indisimulado hacia toda la historia de la Iglesia es precisamente lo que Benedicto XVI denunciaba, insistiendo en que era necesaria una «hermenéutica de la continuidad» precisamente frente a esa «hermenéutica de la ruptura» de la que se hace gala en dicho artículo. ¿Es que toda la Iglesia ha estado en tinieblas siempre hasta que llegó el Vaticano II? ¿Es que la liturgia romana debe ser despreciada y vilipendiada de ese modo?

Resulta llamativo, y más cuando estamos viendo hacia dónde se dirige buena parte de la Iglesia y a dónde muchos quieren que vaya toda ella -y no sólo en Alemania, que conste- (exaltación del divorcio, acogida de la ideología de género o el homosexualismo militante, «sacerdotisas», «diaconisas»…), que el foco de las iras de según quienes sean aquellos que quieren seguir rezando como lo hicieron todas las generaciones de cristianos que antes que ellos fueron. Si lo que uno quiere es todo lo anterior mencionado en este párrafo, que se atisba cada vez con más claridad, es obvio que lo «antiguo» le hace revolver las tripas.

En cualquier caso, la fuerza, la profundidad y la belleza de una liturgia que se ha construido, de forma orgánica, durante casi 2.000 años no se puede ocultar, por mucho que un articulista en Internet, un sacerdote o una comisión de obispos lo deseen. Y la prueba es que los frutos que esperaba obtener Benedicto XVI son visibles. Los jóvenes están descubriendo lo que se les había ocultado a sus ojos (repito, casi dos mil años de tradición litúrgica) y esto es un movimiento que ya es imposible parar.

Mi recomendación al señor Franco es que se acerque, sin prejuicios, a las comunidades de la Misa tradicional, y que lea a Benedicto XVI con atención cuando habla de liturgia. Así quizás, en vez de ver enemigos en quienes no conoce, descubrirá un tesoro milenario, que también a él le ha sido sustraído.

Juan Gómez. Madrid.